Compras fresas en el supermercado y al día siguiente están podridas. Los tomates hace años que no saben a tomate. En los alimentos envasados o precocinados cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
Y ya no hablemos del pan, puedes cambiar mil veces de panadería que a cuál peor. Lees las etiquetas de los productos y te encuentras zumos que solo tienen un 5% de zumo o tomate frito con un 10% de tomate. Y una larga lista de conservantes, acidulantes y un montón de «-antes».
Yo recuerdo, por poner un ejemplo, cuando en mi infancia veraneaba en el pueblo. Íbamos a comprar leche a la vaquería; la vendían a granel, directamente de la vaca. Cuando llegabas a casa la hervías y punto. Luego llegaron las leyes de sanidad y se prohibió la venta de algunos productos frescos sin envasar. Lo mismo que con la leche ocurrió con el aceite de oliva. La diferencia es que aquello era sano, no llevaba ningún producto químico.
Hace treinta años era raro conocer a alguien con intolerancia a algunos alimentos, eran casos puntuales. Hoy en día, en cambio, casi todo el mundo es intolerante a algo. Eso sin contar cómo se han multiplicado los casos de cáncer en los últimos tiempos.
Lo malo es que si queremos comer, es lo que hay. Todo es cada vez más artificial y más dañino para la salud.